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Nací en 1994. En una familia llena de mujeres, en la cual el arte estuvo siempre presente. Mis padres decidieron educarnos en un colegio Waldorf: allí, el arte era considerado un pilar fundamental en el desarrollo e historia del ser humano. Por todo lo anterior, la búsqueda de una comunicación artística ha sido una constante en mi vida, en distintas medidas y expresiones. Así la música, desde mi infancia, me ha permitido sentir y expresar el mundo. Mi mundo.
Mi padre, Jaime, ha dedicado su vida a la fotografía. Sin quererlo, me transmitió esta pasión durante mi infancia. Incontables son las veces en que me perdí en su estudio (entre cables, luces, trípodes, cámaras, técnicos, modelos y clientes), mientras lo esperaba para volver a casa. En nuestros viajes de vacaciones siempre jugaba con alguna de sus cámaras fotográficas, mientras el viejo me enseñaba de qué trataba esto de capturar imágenes, mas sin esperar que se transformara en una forma de vida para mí. No fue hasta mis 22 años cuando tuve cierta responsabilidad al respecto: por primera vez estuve a cargo de un pequeño equipo con el que me inicié en la fotografía publicitaria. Entonces me enfrenté -con manos y ojos propios- a la fotografía.
El mismo año hice un viaje a uno de los lugares más australes del mundo: Navarino, una isla en el extremo sur de Chile. Ese lugar frío, ventoso, lejano, inhóspito, inmenso y a la vez mínimo, cambió para siempre mi forma de ver la vida. Su grandilocuencia forjó mi imaginario artístico: sentí nostalgia, anhelo y una profunda conmoción. Desde entonces, no he dejado de hacer fotos y música, dejando que los paisajes íntimos me interpelen con toda su fuerza, cuestionando todas mis certezas y mostrándome otras nuevas. Un rincón de mi Alma.
Mi padre, Jaime, ha dedicado su vida a la fotografía. Sin quererlo, me transmitió esta pasión durante mi infancia. Incontables son las veces en que me perdí en su estudio (entre cables, luces, trípodes, cámaras, técnicos, modelos y clientes), mientras lo esperaba para volver a casa. En nuestros viajes de vacaciones siempre jugaba con alguna de sus cámaras fotográficas, mientras el viejo me enseñaba de qué trataba esto de capturar imágenes, mas sin esperar que se transformara en una forma de vida para mí. No fue hasta mis 22 años cuando tuve cierta responsabilidad al respecto: por primera vez estuve a cargo de un pequeño equipo con el que me inicié en la fotografía publicitaria. Entonces me enfrenté -con manos y ojos propios- a la fotografía.
El mismo año hice un viaje a uno de los lugares más australes del mundo: Navarino, una isla en el extremo sur de Chile. Ese lugar frío, ventoso, lejano, inhóspito, inmenso y a la vez mínimo, cambió para siempre mi forma de ver la vida. Su grandilocuencia forjó mi imaginario artístico: sentí nostalgia, anhelo y una profunda conmoción. Desde entonces, no he dejado de hacer fotos y música, dejando que los paisajes íntimos me interpelen con toda su fuerza, cuestionando todas mis certezas y mostrándome otras nuevas. Un rincón de mi Alma.